Publicado el miércoles 27 de mayo de 2015
Willie McTuggie se parece a una fotocopiadora sobre ruedas. Tiene, no obstante, el cerebro diseñado de un humano razonablemente inteligente y actúa como tal cuando se dirige a un puesto de enfermería, abre un cajón, extrae una dosis de comprimidos y se aleja deslizándose para realizar la entrega.
Con más de 30 sensores de detección de movimiento y otros en su interior, Willie y sus amigos autómatas del Centro Médico UCSF pueden abrir puertas, evitar choques con los médicos en sus rondas y percibir cuándo esperar un ascensor vacío. Existen 25 robots móviles de la compañía de robótica Aethon Inc. en el personal, nombrados y decorados por sus colegas mortales. Willie está envuelto en los colores naranja y negro del equipo San Francisco Giant y Maybelle tiene un diseño que la hace parecer uno de los teleféricos de la ciudad.
Las máquinas llevan a cabo tareas antes realizadas por enfermeros, ordenanzas, personal de cafetería y equipos de mantenimiento. Hasta ahora, nadie perdió su empleo a causa de la dotación de robots.
“Desplaza algunas funciones, pero podemos poner a esos empleados en otras funciones de servicio”, dice Pamela Hudson, directora ejecutiva de sistemas clínicos en el hospital de la Universidad de California, San Francisco. Es una situación en la que todos ganan, dice.
No todos están entusiasmados con la idea de que artilugios y software codificado con inteligencia artificial invadan el lugar de trabajo. Las imitaciones del cerebro humano están volviéndose tan inteligentes que, según un estudio realizado por el Oxford Martin Program on Technology, 47 por ciento de los empleos estadounidenses están en riesgo de ser delegados a computadoras en las próximas dos décadas.